El berrinche de Beatriz
Beatriz se había ido a la cama muy enfada con sus padres. Le habían dicho que las próximas Navidades las pasarían ellos tres en la ciudad en lugar de visitar a los abuelos en su casa del pueblo. Del berrinche que se había llevado le costó conciliar el sueño y solo se tranquilizó cuando su madre le prometió que lo pensarían de nuevo. Con esta promesa en mente cayó rendida en su cama y mientras estaba soñando se le apareció un espíritu.
—¿Eres el espíritu de las Navidades?
—Así es. Soy como el del cuento que te ha leído papá muchas veces antes de dormir, ¿me acompañas?
Y ambos marcharon de la mano hacia las Navidades pasadas. Beatriz se vio a ella misma haciendo muñecos de nieve, abriendo los regalos bajo el árbol repleto de bolas brillantes y guirnaldas, jugando con el mastín, leyendo un cuento sobre el regazo de la abuela frente a la chimenea…hasta que el espíritu le preguntó:
—¿Quieres que las Navidades de este año sean como las pasadas?
—Siiiiiiiií, —gritó la niña
—Entonces me tienes que acompañar a ver las futuras.
Esta vez Beatriz solo vio a sus padres, de los abuelos no había ni rastro. Todos tenían la cara triste, incluso el perro estaba tumbado sin moverse en lugar de saltar sobre la nieve. Hasta los troncos ardían con desgana.
—¿Dónde están los abuelos? Siempre nos juntamos en su casa cada Nochebuena.
—Mira Beatriz. En el colegio te abrazas a muchos niños, compartís el balón, los juguetes, los libros. Uno de ellos te contagió a ti y tú hiciste lo mismo con los abuelos. Tú apenas lo notaste, pero ellos ya eran mayores y su cuerpo debilitado por los años no pudo combatir la enfermedad.
—Pero yo no quiero que pase eso, tenemos que hacer algo —respondió la niña a punto de derramar una lágrima.
—Entonces no hay otra solución que cambiar el orden de las Navidades. Estas las pasareis tus padres y tú en la ciudad y los abuelos en su casa del pueblo. Estar tristes o felices ya depende de vosotros. Con tan solo este cambio lograremos que las de los próximos años se parezcan a las que ya conoces. ¿Estás de acuerdo?
—Sí —respondió sin dudarlo.
—Pero yo no las puedo cambiar, eres tú quien debe hacerlo.
Y nada más pronunciar estas palabras el espíritu desapareció y Beatriz abrió los ojos. Todavía era de noche, fue a la habitación de sus padres, se metió en su cama entre medias de ambos como tantas veces había hecho y murmuró:
—Papá, mamá, he decidido que me voy a portar bien aunque pasemos estas Navidades lejos de los abuelos.
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