De cuando me hice un hombre
Dejando atrás los campamentos de verano, ¿Y
cuando ocurre eso de hacerse un hombre? ¿Cuándo te sale pelusilla en el bigote? ¿Cuándo te echas
novia? ¿Cuándo te la trincas? ...pues no, ocurre, mejor dicho, ocurría, cuando
te llaman a filas.
Nunca me toca nada...salvo el sorteo de la mili
La
verdad es que yo tuve un poco de mala suerte con esto de la mili. Como estaba
en la universidad, pedí alguna prórroga para que, servir a la patria, no me
cortara los estudios por la mitad. Si no lo hubiera hecho, en el sorteo por año
de nacimiento me hubiera librado por excedente de cupo.
Pero eso ocurría antes,
cuando los españoles estábamos con lo del creced y multiplicaos (y que no existía
Netflix). Cuando por fin entré en el bombo, tampoco fue para sentirse agraviado,
porque había cuatro posibilidades; o que te mandaran a Ceuta, Melilla o las
Canarias, donde se ve que no había tanto recluta como puesto vacante, o que te
quedaras en tu ciudad, porque en Castilla se daba que también había mucho
puesto que cubrir.
A cumplir con la patria...¡qué guay esto de madurar!
Esta
vez no me quejo de mi suerte porque me tocó quedarme en mi ciudad, con lo que,
salvo días contados, dormía en casa cada noche. Era como lo inverso de un
recluso en tercer grado, salir todo el día y dormir en la cárcel, pues yo al
revés, todo el día en el cuartel y a mi camita a dormir.
Como curiosidad,
comentar que mi reemplazo fue el penúltimo antes de que la mili pasara a ser
profesional y por tanto voluntaria. Están, los últimos de Filipinas y nosotros,
los penúltimos reclutas forzosos.
Pues
pasaron los meses de verano y llegó el día, remplazo de noviembre del 95, y allí me presenté yo, cargado de
tópicos de la mili de mi padre y la de los padres y hermanos mayores de mis
amigos.
Al cuartel,... y yo con estos pelos
Siempre
he tenido el pelo tirando a largo, porque si lo llevo muy corto se me pone de
punta enseguida, así que mi flequillo no suele bajar de los 5 cm. Pero aquello
era el ejército y había que tenerlo rapado.
Me dijeron, que mejor llevarlo ya
cortado de casa porque el peluquero del cuartel te podía hacer un buen
estropicio, así que me fui a mi peluquería de toda la vida y salí de allí con
un aspecto con el que ni me reconocía.
Al final, el peluquero del cuartel, el
apodado sargento Peluquín, era todo un profesional, ¡solo tenía que dominar un
estilo! Para mi frustración, dejaba a todos los reclutas con un pelo más largo
del que llevaba yo. Un tipo curioso, de los que mientras te cortaba el pelo te
contaba sus batallitas de sargento chusquero en tiempos de paz.
Tenía su
peluquería decorada con fotos de Rambo y de
Tom Cruise en Top Gun, que
daban un toque muy militar, pero no me imagino yo que entrara alguien ahí
pidiendo un corte a lo Stallone.
Mi sargento, unas mechas californianas, que de civil soy surfero
Mientras
esquilaban a unos, al resto nos enviaron al almacén a por la vestimenta. Según
entrabamos, un recluta del remplazo anterior nos daba el equipo. A mí me dijo
que mi talla era la 4 y que me mirara en un espejo. ¡Pero qué pasa pensé yo!,
que si el verde caqui no me favorece ¿puedo pedir otros tonos que vayan más con
el color de mis ojos?
Como tipo disciplinado me lo probé y siendo la talla
correcta, me marché de allí pertrechado con 2 uniformes, un mono de trabajo,
las botas, y un chándal como el que usa Fermín Trujillo en “La que se avecina”.
Una pena que unos temporeros guineanos me lo robaran
todo de la casa del pueblo, porque ese uniforme me venía muy bien para mis
tareas de jardinería.
¿Qué por qué supe que fueron temporeros guineanos? pues
porque lo robaron a finales de septiembre, época de vendimia. Aunque la pista
definitiva fue que al vecino le dejaron una factura de 80.000 ptas. en llamadas
a Guinea Ecuatorial. ¡Elemental, querido Watson! Ya sabéis que desde niño he
tenido aficiones detectivescas.
Definitivamente el uniforme verde caqui no me favorece
Del
reconocimiento médico recuerdo que me acribillaron ambos brazos a vacunas y que
el coronel médico y sus ayudantes nos agarraban de nuestras partes y nos hacían
toser. Por suerte, cuando llegó mi turno, como uno de los ayudantes era un
antiguo compañero de colegio del amigo con el que coincidí allí, le preguntó:
-Oye,
tu no tendrás hernias ahí ¿no?
-Pues
no, que yo sepa.
-Estupendo,
pues tira, que entre antiguos compañeros no nos vamos a tocar los huevos.
Y como
yo iba con él y lo había escuchado todo, parece que eso fue suficiente para que
mis testículos estuvieran inmaculados y no fuera necesario toquetearlos tampoco.
Zafarrancho...digo rancho
A la
hora del rancho entramos en un comedor inmenso, cogimos unas bandejas metálicas
conformadas y pasamos delante de un mostrador donde nos iban rellenando cada uno
de los huecos.
Cuando llegó mi turno, me debieron ver demasiado flaco, porque en
lugar de uno, me pusieron dos filetes, que además de estar duros como la suela
de un zapato, estaban muy crudos.
Un recluta muy gracioso de Santander llegó a
decir que la carne estaba tan poco hecha que se le había comido la lechuga.
Como comenté antes, yo llegué lleno de tópicos. Mi
padre me contó que, en su mili, a uno lo arrestaron porque cuando estaba
pelando patatas, no apuraba lo suficiente la monda.
Yo pensé que, si por
desperdiciar un poco de patata te enchironaban, por tirar un filete entero, consejo
de guerra y pelotón de fusilamiento. Así que me pasé media comida intentando
colar ese segundo trozo de carne a todo el que se sentaba en mí misma mesa:
“¿Quieres otro filete, que está muy bueno?”, les decía a los que todavía no lo
habían probado.
Para mi desgracia no engañé a nadie.
Te hago la guardia del sábado si te comes este filete
Según
íbamos acabando de comer, cada uno recogía su bandeja y tiraba los restos en un
cubo cerca de la puerta donde estaba apostado el capitán. “¡Vaya, está
vigilando que no tiremos comida!” me dije.
Hubo un momento en que el capitán se
separó de la puerta y vi mi oportunidad, pero fue una falsa alarma y volvió.
Como ya era de los últimos que quedaba en el comedor y a pesar de intentarlo, no
veía manera de acabármelo todo, decidí que quizás poniendo por encima las
cáscaras de la naranja pudiera disimular todo lo que desperdiciaba.
Me levanté
de la mesa y fui caminando hacia la puerta con esa sensación de que todos los
ojos estaban puestos en mí. Cuando llegué al cubo e hice ademán de volcar las
sobras, vi con sorpresa, que estaba lleno de filetes, pan, ensalada…Definitivamente,
esa ya no era la mili que me describió mi padre.
La carne estaba tan poco
hecha…que se comió la lechuga
Los
días transcurrían entre clases teóricas y mucho desfile, para estar coordinados
el día de la jura de bandera, que era el principal propósito del primer mes.
Por medio del patio del cuartel, paseo para arriba, paseo para abajo siguiendo
el paso al unísono. La verdad es que en cuanto algunos se enteraron de cuál era
la pierna izquierda y cuál la derecha, todo marchó, nunca mejor dicho,
razonablemente bien.
Una
curiosidad fue que un día de principios de diciembre, nos leyeron, como cada
mañana, el parte del día, que además de la conmemoración de las batallas
coincidentes, contenía las órdenes de la Capitanía General, sita en La Coruña.
Desde allí habían decidido, que ya no se podía ir remangado y que, como la
uniformidad es vital en el ejército, daba igual si tenías calor o no, que
ningún recluta podía deambular con las mangas recogidas.
También desde La
Coruña nos definían el menú de cada semana. Se ve que les preocupaba la
nutrición equilibrada de la tropa, aunque siempre se ha dicho, que en España se
gasta más dinero en alimentar a los reclusos que a los soldados. ¡Y yo juraría
que es cierto!
Nada de remangarse que hace frio…dicen desde el cuartel general a 600 kms.
Aparte
de desfilar, nuestro instructor, el alférez Simancas, un retaco muy cachas y
forofo de Van Damme, que
llevaba un machete más largo que su pierna, nos enseñó a evacuar a los
compañeros heridos en combate.
Decía que, con buena técnica, era posible
levantar a un hombre más pesado que uno mismo, y para demostrarlo, él que era
uno de esos tipos que tardas menos en saltarlo que en rodearlo, pidió un
voluntario de 100 kg.
Como no lo había, se tuvo que conformar con uno de sólo
95. Le costó, pero el alférez Simancas no era de esos que se amilanaran
fácilmente. Fue todo un poema ver su cara toda roja por el esfuerzo, y la de
miedo del recluta sobre su espalda, que se veía de bruces contra el suelo.
Después de su demostración nos pidió que nos pusiéramos por parejas
equilibradas y practicáramos, para lo cual rápidamente yo escogí a uno un poco
más bajo, pero mucho más enclenque, le pregunté su peso y aunque menor que el
mío le respondí que justo pesábamos igual. Y así practiqué el levantamiento de
recluta sin desgraciarme la espalda.
Levantamiento de recluta, nuevo deporte olímpico
De las
clases teóricas recuerdo las que nos dio el médico, que no era mas que un
recién titulado que también cumplía con la patria en lo que se llamaba Imec. Nos
explicó unas maniobras básicas de reanimación y nos dio un consejo por si nos
hacían daño las botas, que las untáramos bien de betún para que ablandaran, y
que nos cortáramos las uñas de los pies, que a él le habían llegado reclutas al
dispensario que le rayaban el suelo.
Pero quizás la clase más interesante fue
la de tiro y manejo del Cetme, el cual aprendimos a desmontar y montar, no con los
ojos cerrados, que eso era el ejército español de remplazo y no las fuerzas de
élite de las pelis, donde lo hacen con ojos vendados y si se tercia, un brazo
atado a la espalda.
Un día,
el sargento nos explicó cómo se hace un buen disparo. La teoría es apuntar,
contener la respiración durante 3 segundos y entonces apretar el gatillo. Para
estar seguro de que lo hubiéramos comprendido, preguntó si alguien se lo podía
repetir.
Un tal Miñambres, un chaval pequeñito, pero resuelto, levantó la mano
y respondió: “se apunta al objetivo, se realiza una apnea de 3 segundos y acto
seguido se ejecuta el disparo”. De los presentes, seguramente más del 80%,
incluido el sargento, no sabían lo que era una apnea, así que, con algo de
duda, el instructor volvió a repetirlo con sus mismas palabras, por si acaso.
Apnea de 3 segundos y disparas
¡eh!
Y ya
que menciono a Miñambres, si tienes un aspecto físico poco machote, te
conviertes en el empollón de la clase y vas diciendo que eres del Opus, pues es
muy probable que acabes siendo el blanco de algunas bromas.
Recuerdo que, tras
la jura de bandera uno le ofreció una copia en una cinta de video, tecnología
punta de la época. La gracia fue, que de la jura eran solo los primeros 5
minutos para luego pasar a una peli porno.
La de risas que nos echamos
imaginando a sus 6 o 7 hermanos, sus padres y la abuela, congregados frente al
televisor para disfrutar de la jura de bandera del niño y ver a los 5 minutos algo
tan firme y erguido como el mástil del cuartel.
Y ya
que lo menciono, durante la Jura, música marcial, muchos padres emocionados y
como fue en invierno, nos libramos de las lipotimias.
CONTINUARÁ. Con este mismo tema, que la mili da para mucho.