Zenda, Cuento de Navidad 2022

 

Un Santa Claus Madrugador

 

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Era la mañana de Navidad. Una ola de frío estaba azotando la comarca y los copos de nieve llevaban horas cayendo creando una bonita escena navideña.

Aquella noche teníamos reunión familiar en mi casa y como buena anfitriona tenía un montón de preparativos que realizar, así que no estaba prestando mucha atención a los chicos hasta que de repente escuché gritar al niño.

—Mamá, mamá ha llegado Santa Claus. Ven a verlo.

Eso es imposible cariño, son las 10 de la mañana y no llega hasta la noche.

Fueron tales sus gritos y su insistencia que su hermana pequeña le hizo caso y se acercó a la sala de estar desde cuya ventana decía haber visto a Papá Noel.

—Te lo juro que le he visto de verdad. Ha entrado en la casa de los Miller —afirmó poniendo cara de no haber roto nunca un plato.

Con todo lo que tenía entre manos, las distracciones de un par de niños pequeños eran lo último que quería tener en aquellos momentos. Pensé que podría aprovecharlo para mantenerlos entretenidos y les dije que se quedaran mirando por la ventana por si lo veían aparecer otra vez y así me avisaran para que viera a San Nicolás yo también.

Imaginé que, con aquella excusa podría tener un buen rato de tranquilidad para mis labores hasta que se aburrieran de mirar al exterior, pero calculé que no habían pasado ni 15 minutos cuando volví a escuchar los mismos gritos. Y esta vez acompañados por los de su hermana.

Fui al salón y me asomé a la ventana donde estaban pegados lo niños y efectivamente tenían razón. Atravesando el jardín de mis vecinos de manera apresurada y en dirección hacia la calle iba un Papá Noel tratando de sujetarse los pantalones y abrocharse el cinturón, tarea que no era demasiado fácil porque eran 10 tallas mayor a la suya y tenía que encajarlo con un cojín que hacía de barriga.

Al llegar a una furgoneta se giró y lanzó un beso hacia la ventana de mis vecinos. Allí estaba la señora Miller abrigándose con su bata que le devolvió el gesto mientras se atusaba el pelo.

Parece que el niño no me había mentido. Santa Claus ya le había entregado su regalo navideño a la señora Miller, aunque fuera uno “rapidito”.

Ahora solo me quedaba convencer a los niños del motivo por el que no había entrado a nuestra casa a entregarnos los regalos. Hablarles de la fresca de la vecina parecía prematuro a su edad, y parecieron quedarse convencidos cuando les dije que Papá Noel los repartía por orden alfabético y a nuestra casa llegaría esa misma noche.

Tuve que consolarnos cuando se quejaron amargamente de las desventajas de apellidarse Young, pero al menos no me tocó ingeniar nada para explicar el porqué de una furgoneta de reparto con el logotipo de la ferretería local, en lugar del trineo tirado por renos viniendo de Laponia.

Aquella noche tuve una anécdota interesante que contar durante la cena. La vida de un ama de casa en un pueblo mediano no da para mucho.

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