Infancia y niñez
Pues tal y como prometí...comenzamos
Un caluroso 1 de julio del siglo
XX (no preciso más a propósito) vine a este mundo en una ciudad de la meseta
castellana. Hay quien dice que estas circunstancias condicionan tu carácter. Más
aún para los que creen en el horóscopo, pero como yo no, pues no le doy la más
mínima importancia.
Mi infancia comenzó un caluroso día de verano
De aquél evento existen multitud
de pruebas gráficas, e incluso mi nombre aparece en el periódico local junto al
de otros muchos, porque por aquellos días la natalidad no estaba tan deprimida
como ahora. Por algo somos la generación
de los “baby boomers”.
Mi padre debía de haberse comprado una cámara de
fotos porque existen un montón. No voy a ponerme a describirlas todas pero para
resumir diremos que las típicas de un bebé recién llegado al mundo; en brazos
de todos los familiares, en todos los rincones del barrio, haciendo monerías… y
alguna humillante de cuando te están bañando con tus vergüenzas al aire.
Eso sí, como mi madre fue modista de soltera, cuando salía vestido lo hacía con unos modelitos de alta costura.
Un recién nacido y un padre con cámara de fotos nueva...combinación explosiva
De pequeño era muy dormilón y no
había nada que me despertara salvo las ganas de comer. Un día, mi hermana y mi abuelo estaban entreteniéndose
en el pasillo de casa, enviándose el uno al otro el cochecito en el que yo
dormía plácidamente.
Ignoro cuantos envites llevaban ya, hasta que en uno de
ellos, el carrito se desvió un poco de su recorrido, se enganchó con el hueco
de la puerta del salón y acabó pataa arriba, quedando encima de mi. Cuando mi madre
lo levantó despavorida para ver si se le había escalabrado el niño, yo seguía dormido y tan sólo moviéndome
ligeramente como para acomodarme en mi nueva posición sobre el suelo y con el cochecito como tienda de campaña.
Aparte de dormir...qué más se puede hacer en la niñez
Esto de
dormir mucho es algo que me acompaña años después. De hecho, hace muy poquito, en la
noche de Halloween, como se dice en estos tiempos modernos, quedé para ir de cena.
Nada mas encontrarnos, unas amigas, que se habían maquillado con cara de
princesas cadáver me dijeron que cómo no me había disfrazado yo, a lo que respondí:
“no os preocupéis, conociendo mis biorritmos, en un par de horas tengo más cara
de muerto que vosotras”. No fue para tanto pero casi.
Y desde luego no penséis, por
estos pequeños accidentes, que mi hermana tenía celos de mí. Salvo que un día
casi me asfixia metiéndome en la cuna todos los peluches de la casa, ninguna
otra desgracia se recuerda. Y esto último era porque quería que jugara con
todos ellos a la vez.
Este bebé nos ha salido resistente al impacto
Además de dormilón y resistente a
los impactos, también nací paciente. Una vez, mi madre me dejó en el orinal y como se puso a hacer
la comida se olvidó de mí.
Cuando se dio cuenta y volvió a buscarme 30 o 40 minutos
más tarde, yo estaba tan tranquilo,
todavía sentado y jugando con unos cochecitos. Es lo bueno del orinal, que te
permite cierta movilidad.
Aprovecho que entro en el momento escatológico para
comentar que mi tendencia al estreñimiento y la escrupulosidad, darán lugar a
ciertas anécdotas en capítulos posteriores.
Muchas horas he pasado yo en el
trono, que a fin de cuentas es un sitio en el que estás físicamente atado y si
no tienes un libro y no te quieres aburrir, hay que dejar volar la imaginación.
¡Grandes ocurrencias he tenido yo sentado en el retrete! Algunas de ellas incluso
reflejadas en este blog. Luego llegaron los móviles y acabaron con esos
momentos de creatividad.
El retrete...ese lugar de inspiración desde la tierna edad
Dicen los psicólogos que los
recuerdos están asociados a emociones intensas, tanto positivas como negativas.
El caso es que mis primeros recuerdos
son bastante difusos, pero siempre me acordaré de esos bocatas de jamón serrano que
me preparaba mi madre para después de ir al médico en ayunas. Yo debía ser muy
pequeño, porque recuerdo tener que estirar mucho el brazo para alcanzar la mano
de mi madre.
Emociones fuertes, pero negativas las debí sentir el día que me
operaron de vegetaciones. En lugar de sentarme en una silla lo hicieron encima de un enfermero, que me “abrazó” poco cariñosamente brazos y
piernas, me abrieron la boca con una especie de sacacorchos y me pincharon en
la garganta.
Lo único bueno es que para el postoperatorio se recomendaban cosas frías, y me compraron un helado tras
otro. Mi madre me contó después, que me sentaron encima del enfermero porque
pocos días antes, un niño más pendenciero que yo, le había propinado una buena
patada al doctor, imagino que en su entrepierna. Al final, como suele ser
habitual, pagamos justos por pecadores.
Sujeta al niño que me juego la descendencia
Continuando con mis recuerdos
médicos, no puedo dejar de mencionar al pediatra, Don Domingo. Un hombre afable
y tranquilo.
Lo mejor de todo y que siempre le agradeceré, que en 18 años nunca
me puso una inyección. Quizás penséis que se trata de un error tipográfico,
pero no, ¡tuve pediatra hasta los 18!
Don Domingo era un médico particular al
que pagabas una cuota cada 3 meses o semestralmente, e imagino que tendrías
barra libre de consultas. Así que allí estuvimos durante un montón de años, de
hecho fue quien me firmó el justificante de no padecer enfermedades contagiosas
para entrar a la universidad.
Tampoco es tan raro, hay quién
nunca va al gimnasio y no se da de baja, pues a mi madre le ocurrió lo
mismo con el pediatra.
Vamos al pediatra, que no importa que ya seas mayor de edad
Por suerte no recuerdo haber coincidido con casi nadie en la sala de espera, hubiera sido un tanto humillante. Un pena que no puediera firmarme nada que me librara de la mili, esa humillación no me hubiera importado.
Pero no todo en mi infancia
fueron temas médicos porque nunca fui un niño enfermizo más allá de lo normal.
Mi abuelo era un tipo muy viajero y en cuanto tenía ocasión nos montaba a toda
la familia en el coche y nos llevaba a algún lugar de España. Eran otros tiempos y por supuesto que entrábamos; mis abuelos, mis padres, mi hermana y yo en un
único coche, total, yo iba en los brazos de alguien, y tan seguro como en las
sillitas que se han inventado ahora.
Como ya os decía, mi padre hacía fotos de todo, así que tengo de cuando
di mis primeros pasos, que fue en una playa de Santander. Con mi abuelo
intentando subirme a la grupa de un burro mientras yo berreaba a pleno pulmón. Con cara de asco en la playa porque acababa de meterme arena en la boca…
Pero
sin duda mi foto favorita de esa época es una en la que estamos toda la familia posando
delante de unas palmeras en Valencia, nada particular, pero es que resulta que
mi hermana estaba con diarrea y poco antes le habían puesto a hacer sus cosas
detrás de una de ellas. ¡Bonito sitio para hacerse una foto! Pienso yo ahora.
Niños sonreid para la foto... no me pongas cara de diarrea.
Para que los niños no se pongan
insoportables conviene sacarles a la calle todos los días, así no dábamos
guerra en casa y tomábamos un poco el fresco. Los días de crudo invierno, mi
madre me forraba de ropa y para salir de casa no faltaban varias capas;
camiseta, camisa, un jersey bien gordo,
una trenca, y el pantalón, por supuesto que de pana. Continuamos con
unos guantes, la bufanda y que no faltara el verdugo.
Mi madre tenía amigas muy
inoportunas y en más de una ocasión, después de ponerme encima todo lo
anterior, le llamaba alguna por teléfono. Así que allí me quedaba yo durante
varios minutos, embuchado en toda esa ropa como el muñeco de Michelin y sudando
como un pollo con los ventimuchos grados que hacía en casa.
Porque mira que he
pasado yo calor en esa casa. Esas de antes, con calefacción central y con la
costumbre de mi madre de no cerrar las llaves, que luego gotean y estropean el
parqué, así que mejor se abren las ventanas para refrescar un poco.
¿Porqué siempre sonaba el teléfono cuando me tenían forrado de ropa?
Nunca he sido muy comilón y en
algunas épocas de mi vida puse a prueba la paciencia de mi madre. Ella siempre
me espetaba que me lo comiera todo, que había muchos niños que no tenían nada
que llevarse a la boca.
Yo respondí alguna vez que lo metiera en un sobre y se
lo enviara por correo, pero creo que con aquella respuesta me gané algún que
otro bofetón y dejé de usarla como argumento.
Y continué con mi infancia, pero eso lo dejamos para el prçoximo capítulo que no te puedes perder...