Nos vamos de vacaciones
Era principios de julio y los amigos pensamos que nos merecíamos unas vacaciones después del curso. Fue nuestro primer año de universidad y el salto desde el colegio a las distintas carreras que estudiamos había sido importante, tanto como para merecernos unas vacaciones diferentes. No tardamos mucho en decidirnos, en aquella época lo más emocionante era ese paraíso de libertad llamado Benidorm.
Vamos a la playa calienta...que nos lo hemos ganado
En cuanto divulgamos nuestros planes no faltaron más amigos que quisieron apuntarse. Algunos de ellos nos vinieron muy bien, porque como tenían coche nos ahorraron buscarnos un autobús.
Uno de ellos era Luisma, un hombre rústico, que se pensaba que iba a impresionar a las guiris porque su padre tenía un John Deere de los grandes. Pero a nosotros no nos interesaba el tractor de su padre, sino el pequeño Autobianchi que su hermana nos podía prestar para el viaje.
Para ir allí...preferís el coche o el tractor
Paco era un hombre flaco y larguirucho, en el colegio, cuando leíamos en voz alta “El Quijote”, todos nos imaginábamos a Paco a lomos de Rocinante, pero lo más interesante de Paco era el 4L destartalado de su madre.
Por desgracia, también tuvimos que admitir a su mejor amigo, Eduardo, apodado El Babillas, porque tenía esa mancha blanca en la comisura de los labios que dejaban sus babas secas. El pobre había oído hablar que por aquellas playas se practicaba mucho el “top-less” y no quería dejar pasar la oportunidad. El resto de la cuadrilla la completábamos Ramón, Carlos, José Ángel, otros que no recuerdo y yo, nueve en total.
Si en la playa hay chicas en topless...yo este viaje no me lo pierdo
Un caluroso día de julio emprendimos nuestra aventura. Como el Autobianchi de Luisma era capaz de alcanzar los 90 km/h y el 4L de Paco no convenía que pasara de los 80, decidimos que lo mejor era que cada grupo fuese a su ritmo. Establecimos unos puntos en el recorrido para parar a descansar todos juntos. Estábamos casi llegando a nuestro destino, cuando hicimos la última parada acordada.
Esperamos al menos cuarenta y cinco minutos y no vimos aparecer el 4L. Llamamos al campamento base, la madre de Paco, que nos dijo que hacía unos treinta minutos que le había telefoneado diciendo que habían tenido una avería y estaban tirados en un taller de Almansa.
Pues parece que no llegamos al mar según el horario previsto
Los del otro coche, retrocedimos hasta el taller y cuando llegamos allí los vimos tan tranquilos jugando una partida de cartas a la sombra de un pino mientras el mecánico profería exclamaciones debajo del coche. El 4L no tenía remedio. Por suerte, aunque el coche era muy malo, la madre de Paco tenía un seguro muy bueno y un taxista con un pedazo de Mercedes nos vino a recoger. Estaba comenzando una bonita puesta de sol cuando llegamos a Benidorm.
El coche podía ser malo, pero el seguro era de fórmula 1
Nos habíamos dividido en dos apartamentos. En un estudio estábamos Carlos, José Ángel y yo y el resto se alojaron en otro más grande a unas calles de distancia. Un par de días más tarde, se ocupó el apartamento contiguo. Eran cinco chicas de Albacete, dos eran guapas y el resto bastantes feas, porque cuando eres joven las chicas feas son feas, y no hay necesidad de inventarse eufemismos.
Pero como la naturaleza es justa, lo que les privó en belleza se lo concedió en simpatía y no tardamos en hacer buenas migas. Al final nos dimos cuenta de que por, aquella época a Benidorm, todos íbamos a lo mismo. Incluso, después de algunas copas, nos confesaron un dicho que circulaba por su ciudad, decían que si en Albacete tiras una poya al aire… no llega a tocar el suelo.
Para completar la cuadrilla, un día después llegó el hermano de una de ellas, Amancio creo que se llamaba. Sus padres no les dejaban ir de vacaciones si no era juntos, a ella por mujer y a él por tener menos edad.
Amancio se creía el rey del mambo, pero no era mucho mejor ligando que Alfredo Landa. Como no sabía inglés, éramos Carlos y yo quienes traducíamos sus declaraciones de amor. Alguna vez le dijimos que las chicas se dejaban invitar, pero para cuando Amancio volvía de la barra, ellas ya habían desaparecido y Carlos y yo bebíamos gratis.
Oye, traducidme esto, que me veo triunfando en la disco del hotel
Unos días antes de acabar nuestras vacaciones, José Ángel conoció a Marian y a Patri. Eran un ejemplo para explicar la perfecta simbiosis que a veces crea la naturaleza.
Marian era guapa, rubia de bote con un cuerpo espectacular y Patri era la amiga gordita, simpática y cuyos padres eran los dueños del apartamento. Patri tenía la costumbre de disfrutar viendo como su amiga, ahuyentaba a todos los ligones de playa que se las acercaban. Costumbre a la que pronto nos aficionamos nosotros también.
Nos divertimos con Paolo, un chico que cada noche quedaba con Marian en verse en la playa y que ella daba plantón día tras día, y no sin razón, porque cuando uno habla de un italiano se imagina el morenazo del anuncio de Dolce&Gabbana, pero Paolo tenía de italiano tan sólo el pasaporte y el bañador turbo dos tallas menor del necesario.
Bañador de 2 tallas menos...ese es italiano, fijo
Marian nos había presentado como sus tres hermanos, y cada noche que nos lo encontrábamos nosotros le decíamos lo mucho que nuestra hermana había sentido no poder acudir a la cita, pero que siguiera insistiendo, que nosotros veíamos que tenía muchas opciones.
Y con las aventuras de nuestros colegas del otro apartamento, las semisiestas viendo el Tour, las del Albacete, Marian y Patri, pasamos nuestras primeras vacaciones entre amigos. Luego vinieron muchos más veranos, otras vacaciones y más visitas a la playa, pero aquellas, seguro que nunca las olvidaremos.