Crimen en la niebla
Los gritos histéricos de una mujer rompieron el silencio de la noche. A
los pocos segundos se los unió el sonido estridente del silbato de un gendarme
pidiendo refuerzos. Un cuerpo yacía inmóvil sobre la calzada de una sombría
calle londinense. Disculpen que no me haya presentado todavía, mi nombre es
Jack.
Como en ocasiones anteriores deambulaba por las calles semidesiertas
de la ciudad en busca de la víctima propicia. Escuché el ruido de una verja
metálica al descender, era una joven costurera que cerraba su sastrería y se
adentraba con paso ligero en la oscuridad de la noche. Decidí seguirla por calles
sombrías donde la luz tenue de las farolas apenas proyectaba su sombra sobre el
suelo. Las siluetas se perdían entre la niebla del Támesis.
Apenas nos cruzábamos con algún transeúnte. El taconeo de sus zapatos junto
a mis pasos era lo único que se escuchaba. Ella notó que la seguía porque
aceleró el paso y se giraba disimuladamente de vez en cuando. Llegó a una
encrucijada con ambas calles aún menos iluminadas, quizás presintiendo su
destino eligió la más corta y echó a correr.
Fue en vano, yo también aceleré el paso y me abalancé sobre ella. Unos
instantes de forcejeo y se desató la tragedia.
- ¿Ha fallecido? - preguntó una dama con voz entrecortada.
-Parece que aún respira- respondió el gendarme.
Y estaba en lo cierto. A pesar de su maestría con las tijeras que escondía la modista
bajo su manga, un halo de vida todavía me acompañaba.