Tierna edad

De cuando fui un tierno infante

tierna edad, pre adolescencia, chavales  

Ahora que ya conoces mi infancia, continuamos

 

Mis padres me bautizaron como Pedro, que era un nombre que les pareció bonito. No siguieron la tradición familiar, algo de lo que me alegro, porque siendo mi abuelo “Emilio”, a mi padre le tocó ser  “Emilito”, así que yo me hubiera quedado con “Emilin” para toda la vida.

Si seguimos la tradición de nombres...le traumatizamos la adolescencia


Tampoco siguieron esa costumbre tan fea de ponerle a los churumbeles el nombre del santoral del día, de lo cual me alegro aún mucho más. 
 
El 1 de julio, al menos según el calendario que consulté una vez, los santos del día son Santa Esther, que no aplica, San Casto y San Teodorico. Con lo difícil que es ligar habitualmente, ¡imaginaos llamándose así! “Hola soy Casto, ¿me ayudas a quitarme el nombre?, o, “Me llamo Teodorico, ¿estudias o trabajas? 
 
Bueno, aunque como quizás eso les hiciera risa, lo mismo hasta triunfaba, porque como dicen que a las mujeres hay que hacerlas reír. Lo que no acabo de entender es por qué les resulta siempre más gracioso Brad Pitt que uno feo y gordito. 
 
Aunque no siempre hay que provocarlas una sonrisa. Si te bajas los pantalones y se ríen…, mal asunto, pero esto ya es de cosecha propia, no opinión de los expertos.

Hola, soy Casto. Cuando dejes de reírte, ¿te puedo invitar a una copa?


Desde mis tiernos 3 añitos ya me escolarizaron, no sé si porque me fuera relacionando con otros niños o porque no me aguantaban en casa. Comencé el “kínder garden” en el mismo colegio de monjas al que iba mi hermana. 
 
Aquellos tiempos eran felices, la pena es que no duren mucho y te hagan estudiar en cuanto creces un poco. No recuerdo todos los detalles, pero los días pasaban alegremente entre juegos, dibujos y canciones. 
 
Cuando armábamos mucho alboroto en clase, el castigo consistía en dormirnos sobre el pupitre con las cabezas en la misma dirección, de tal manera que nos veíamos los cogotes. ¡Menudo castigo!, yo lo disfrutaba. Ya podía alguno de mis jefes haber ido a mí mismo jardín de infancia.

Niños, castigados...a dormir sobre el pupitre


En una ocasión, nos llevaron a toda la clase a conocer la que sería la nuestra en un par de años, donde estaban las niñas “mayores” de 1º de EGB. En ese curso el colegio ya era sólo femenino, de lo cual nos alegramos todos los chicos, porque las niñas de 1º de EGB nos resultaron muy grandes y muy brutas. ¡Qué relativa es la vida!, niñas de 6 añitos y nos parecían más grandes y fieras que los molinos a Don Quijote.
 

Pero qué burras son estas niñas...que nos devuelvan a nuestra clase

Recuerdo que por aquellos tiempos ya comenzaba a ser despistado, o que según lo que estuviera haciendo, prestaba interés o no a lo que me decían. 
 
En una ocasión, las monjitas, nos avisaron que un día de la semana siguiente, en lugar de quedarnos en las aulas, nos llevarían al pinar, y que les dijésemos a nuestras madres que para ese día nos prepararan un bocadillo. 
 
Yo no me enteré y no le dije nada a la mía, así que ese día disfruté de la salida campestre hasta que llegó la hora de comer. Todos con sus bocatas y yo con las manos vacías. 
 
No pasó nada grave, una monjita que me debió ver desvalido, enseguida comenzó a coger trozos de los bocadillos del resto para dármelos a mí. ¡Qué buena ocasión le di para evangelizar sobre la necesidad cristiana del compartir! Al final yo salí ganando, tanto en cantidad como en variedad, y como no me cayó ninguna bronca, imagino que a mi santa madre no la acusarían de mala progenitora por no haberme preparado el almuerzo.

Venga chavales, dadme un trozo de vuestro bocata y así os acostumbráis a Hacienda


También recuerdo que ya a tan tierna edad se despertó en mí el instinto detectivesco que seguí fomentando hasta acabar años mas tarde con mi novela policíaca El enigma Fields
 
Posteriormente, en mis días de adolescente devoraba con mucho interés las novelas de misterio de la escritora inglesa Enyd Blyton, autora de la serie de libros infantiles de “Los cinco”. 
 
Resulta que un día, al recogerme del autobús escolar, mi madre apreció que tenía quemada la solapa del abrigo. Llamó a la directora del colegio para pedirle explicaciones y se montó un pollo de campeonato, ¡tiernos infantes de 4 o 5 añitos con cerillas! Ya me imaginé yo declarando ante el juez.
 
El caso es que me acusaron a mí. Pero pensemos un poquito, si yo fuera el pirómano ¿no sería lo lógico que quemara el abrigo de otro?, pues para la “seño” resultó que no. Imagino que pensaría que quería que me compraran uno nuevo y esa era la mejor manera de conseguirlo. Ni que fuera yo un “fashion victim” precoz, pero así me quedé, injustamente acusado, hasta que yo mismo resolví el caso.

O hago de detective y resuelvo el misterio...o me cargan el muerto


Al poco tiempo de aquello, un día que me castigaron por algo, que seguro no hice yo, estaba de pie junto a la pared del pasillo. Como a mí me distrae el vuelo de una mosca, y seguramente me entretenía más lo que ocurría en el patio que lo escrito en la pizarra, estaba mirando a través de las ventanas, hasta que de repente lo vi todo más claro que Hércules Poirot en cualquiera de sus casos. 
 
Resulta, que la clase tenía una mascota, un pececillo naranja bautizado como Alex, en honor al pelirrojo de la clase. Alex vivía en su pecera redonda, que se ponía de vez en cuando al lado de las ventanas para que le diera la luz. Pues bien, en los días de aquel invierno en los que no había nubes a cierta hora concreta, los rayos de sol atravesaban la ventana y la pecera de Alex hacía el efecto de una lupa, concentrando los rayos de sol sobre lo que tenía detrás, que no era otra cosa que los percheros. 
 
En cuanto vi un hilillo de humo saliendo de una cazadora, grité: “Señorita, señorita, es la pecera la que quema los abrigos”, provocando el susto de la profesora y los suspiros de admiración de mis compañeros que se giraron al unísono.

Sol, pecera y abrigo...elemental querido Watson


A pesar del metro escaso que debía medir por entonces, no cabía por la puertas del orgullo que sentía. Creo que aquella misma tarde, mi madre tiró a la basura la inscripción del reformatorio, je, je. Lo que no recuerdo es si me compraron un abrigo nuevo o me remendaron el que ya tenía, total, para el siguiente invierno, ya me quedaría pequeño.



Pero aún hay más, no te pierdas mi evolución en el mundo detectivesco.
 
 
 
 

3 comentarios:

  1. Cumpliste con la continuación...
    Te vino bien el castigo para descubrir al autor del delito jajjaja
    Infancia interesante, seguire leyendo.

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  2. y habrá más "continuaciones" a ver si saco tiempo. Lo que pasa que a veces me distraigo con otros temas, pero todo se andará

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