El ritual de Don Julián
El reloj del salón acababa de dar las campanadas de las 11, la hora indicada para que Julián comenzara su ritual de cada noche. Apagó la televisión y caminó hasta el baño. Cepilló sus dientes, tanto los naturales como los de porcelana, que depositó dentro de un vaso. Finalmente se atusó el poco pelo que le quedaba con la esperanza de que a la mañana siguiente estuviera donde lo colocó.
En la cocina continuó su rito tomándose la pastilla para dormir, abrió el frigorífico, buscó el frasquito de colirio y se echó 2 gotas en cada ojo. Apagó la luz y anduvo a tientas por el pasillo hacia el dormitorio. Alcanzando la foto de boda de la mesilla, besó a Carmina y después de dejar el retrato con delicadeza, dio cuerda al despertador.
Caminó hacia el
otro lado de la cama, el suyo, se sentó sobre el colchón y con el peso de los
años a cuestas, levantó las piernas y girando todo el cuerpo se acostó
arropándose bien con la manta ruana que su mujer tejió años atrás un agosto que no pudieron moverse de casa por una caída tonta.